lunes, 26 de diciembre de 2016

Las utopías del lenguaje



No recuerdo cómo cayó en mis manos, hace muchos años, la novela de Ian Watson Empotrados. Luego no supe ya más de este autor que me gustó tanto en su momento. Ahora acaban de reeditarla en unión de otras dos que no conocía bajo el título genérico de Watsonianas/1: Incrustados y otros delirios racionalistas. El volumen, con nuevas traducciones muy correctas se completa con irónicos comentarios retrospectivos del autor.


Ian Watson (1943) ha sido durante cerca de cinco décadas de producción literaria ininterrumpida una de las figuras más destacadas dentro y fuera del género de la Ciencia Ficción; en realidad es un autor muy destacado dentro de la narrativa inglesa en general; merecidamente. Lúdico e imaginativo ha lidiado con genios como el mismísimo Stanley Kubrick.


Incrustados, cuya edición original es de 1973, es una novela sobre el lenguaje; sobre cómo éste determina la percepción de la realidad y como es quizás el bien más valioso de los humanos.  Kit Jonás, de 1975, es una reflexión psicológica sobre la comunicación entre especies distintas, so pretexto de un viaje espacial. Finalmente, Orgasmaton, de 2010 en inglés, pero escrita por la misma época que las otras dos, es una sátira sexista sobre androides sexuales que en su época provocó el rechazo de la censura y sus posibles editores y previamente fue un best seller en Japón antes de su aparición en su idioma original; pergeñada en los mismos setenta que sus otras dos compañeras. Lenguaje, comunicación interespecífica y sexo.


Watson podría ser emparentado con su coetáneo Anthony Burgess, el famoso autor de La naranja mecánica. Ambos son alérgicos al provincianismo que aqueja a tantos de sus compatriotas, políglotas y buscando siempre tramas entre los problemas fundamentales humanos. A ambos les interesan las lenguas, las interacciones entre culturas distintas y las variedades de formas de vida del mundo. En el plano filosófico, la imaginación de Watson excede a la de Burgess, de ahí que incurra nada gratuitamente en el género cosmológico.


En realidad las tres novelas se ocupan del problema de la comunicación en su sentido más amplio. En Incrustados, la única novela que conocía de este autor además de algún excelente relato breve, plantea el experimento de un desalmado científico con tres grupos de huérfanos en tres entornos subterráneos aislados, educando a cada grupo en una lengua artificial para investigar hasta qué punto el pensamiento humano admite otras lógicas lingüísticas y de consciencia de uno mismo. Por cierto, el título no sólo alude al aislamiento de los pobres niños, sino al término gramatical Incrustación, que hace referencia a las oraciones subordinadas como muñecas rusas de ciertos párrafos complejos, como los que se dan en Marcel Proust. La influencia de la gramática generativa de Noam Chomsky es evidente. En el mundo geopolítico de los setenta, kit Jonás, abarca desde Japón hasta Europa y la Unión Soviética de entonces y cuenta la historia de un niño ruso al que le han imprimido el alma de un astronauta muerto. Finalmente, la polémica Orgasmatón vuelve a incidir en cuestiones filosóficas sobre el lenguaje y la comunicación, incidiendo en una de sus formas más universales, el sexo, extrayendo de esto una distopía terrible.


Como Burgess, Watson entiende el lenguaje como el núcleo central de lo humano, lamentándose —lo que muy raro en el mundo anglosajón hegemónico— del dominio del inglés americano como lengua universal con toda la estrechez de miras que eso conlleva. En estos tiempos de eufemismos, lenguajes políticamente correctos y deseos de censura masiva ante cualquier supuesta o real alusión a minorías, de defender lo moral establecido nuevamente frente a la libertad de expresión, las inteligentes novelas de Watson son una bocanada de aire fresco que nos llega desde cuatro décadas anteriores a la presente, cuando el entorno sociopolítico parecía más propenso a la libertad que el más puritano de hoy.

Empotrados en su edición original en español es inencontrable (bueno, en la tercera balda de la w de mi biblioteca, autores en inglés) o bien objeto revaluado de venta en internet. Watsonianas ha sido editada este año que acaba por Gigamesh, la exitosa editorial especializada en S.F. que edita a su vez al exitoso George R. R. Martín de Juego de tronos, aunque no han editado la mejor novela de este autor, Los viajes de Tuf, mucho más breve y mejor que la saga pseudomedieval basada en la Guerra de las Rosas inglesa.



lunes, 19 de diciembre de 2016

El fin de la lectura íntima



Conozco personas que sólo compran y leen los libros que recomiendan los suplementos literarios de su periódico habitual. Luego les gustan o no, porque los críticos no piensan especialmente en ellos ni saben ni les importa en principio lo que les gusta a ellos, pero lo siguen haciendo. El viejo hábito, para mí tan placentero, deambulando por las librerías en busca de un libro que nos llame la atención, está desapareciendo entre muchos lectores que ilusoriamente se consideran soberanos de sus gustos. Hoy en día, en Estados Unidos, ya hay más gente que lee libros digitales que volúmenes impresos. 

Los dispositivos electrónicos como Kindle de Amazon pueden acopiar datos de sus usuarios, pueden supervisar qué partes del libro leemos más deprisa y cuáles despacio, en qué páginas hacemos una pausa y en qué frase abandonamos el libro para siempre (será mejor transmitir al autor el dato para que reescriba ese fragmento). No es imposible pensar que el Kindle pueda perfeccionarse con dispositivos de reconocimiento facial y sensores biométricos que le hagan saber como influyó cada frase que leímos, como alteró nuestro ritmo cardiaco y nuestra tensión arterial. Podrá saber qué nos hizo reír, qué nos entristeció o qué nos enfureció. De ese modo, los libros nos leerán a nosotros mientras los leemos. Pero es lógico que nosotros olvidemos lo que leímos, mientras Amazon no olvidará nada nunca. Pronto podrá elegir los libros que desea leer el usuario con pasmosa precisión, y de paso quiénes somos y como conectarnos y desconectarnos. Leer habrá dejado de ser una actividad reservada al más estricto ámbito íntimo. Pero ¡hombre, qué dices, si sólo se trata de un artilugio que nos facilita la lectura, nos simplifica la vida! 

Advierto una tendencia creciente, no sólo en los dispositivos electrónicos de lectura, sino en Google, en Facebook, en Microsoft, en los GPS, en Waze, en Cortana, en los gigantes tecnológicos que nos ofrecen servicios de correo electrónico y videos de gatitos gratuitos, a delegar nuestras decisiones en ellos. Transferir la autoridad, no sólo la elección motivada, de los humanos a esos algoritmos conectados en red es algo que se está dando no sólo con nuestro permiso, sino con nuestro entusiasmo, no por decisiones de los poderes fácticos y gobiernos, sino nuestras. Ya se está dando a nuestro alrededor. No soy proclive a la paranoia de las teorías conspirativas, así que no creo que el resultado sea necesariamente un estado policiaco orwelliano, porque el individuo más bien será aplastado desde dentro, por la suma de nuestras decisiones y dependencias individuales, que son las de la mayoría.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Cuerpooo!





Una vez, hace muchos años, salía del Boccaccio madrileño con un amigo buscando en la madrugada una panadería abierta. Cuando nos íbamos me giré hacia los pequeños palcos reservados que tenía el local y divisé a Balbín, el famoso presentador del programa La Clave y grité. ¡Que apaguen la puta tele! No habíamos ligado. En las frías calles madrileñas, taconeando con garbo, pasó una chica guapa y entonces le tocó a mi amigo hacer la siguiente gracia, se giró con gesto torero aunque tambaleante y la gritó ¡Cuerpooo!. La chica, sin molestarse en volverse, le replicó: ¡Cerebrooo!

Los escritores malditos tienen que cumplir la misma regla básica que los escritores convencionales, burgueses, domésticos y nada aventureros: entregarse a su trabajo y tener buenos resultados. El problema de Harry Crews es que su vida tiende a usurpar la excelente calidad de su escritura. Un tipo con la nariz rota seis veces, levantador de pesas, culturista, con más cicatrices que tatuajes, que ya es decir, ese tipo de cara que hace llevarse la mano a la pistolera a los guardias de los bancos e impone respeto en los patios y salas de musculación de las prisiones. Ex marine en Corea, bronquista de bares infames, karateka, campeón de los pesos ligeros en la armada, drogota. Su fama le llegó con The Gospel Singer, El cantante de Góspel, y por supuesto que Crew tuvo su grupo musical marginal, porque él confiesa que no es capaz de escribir sobre cosas que no haya experimentado personalmente, aunque sabe que otros sí pueden y muy bien. Él no. Hace poco leí su autobiografía (Una infancia, Antonio Machado, 2014) con una niñez de huérfano de padre desde bebé y una madre tan aventurera como él. Ahora acabo de terminar Cuerpo (Body).


Russell Morgan, alias Músculo, es un culturista que transforma A Dorothy Turnipseed, una tosca secretaria sureña, en la deslumbrante Shereel Dupont, principal candidata al título de Miss Cosmos. Ella controla todo que tiene que ver con su cuerpo, un cuerpo perfecto, sin asomo de grasa, un cuerpo horrendo, en opinión de este lector. En cambio, no es capaz de controlar a su estrambótica familia, que un día antes del certamen, se materializa al completo, toda la tribu Turnipseed, en el hotel sin ser invitados… En estos tiempos de anorexia y culto al ejercicio leer esta novela puede explicar muchas cosas no sólo del culto al cuerpo, sino de la esclavitud que éste puede llegar a imponer a las personas en la búsqueda de una supuesta perfección.


Los freaks, los ‘’losers’, los fracasados, los monstruos, los inadaptados, los desafectos, todo un desfiles de monstruos que revelan la belleza de lo grotesco, lo grotesco de la belleza y los monstruosos ‘normales’.


Hijo de unos aparceros pobres de Georgia, Crews, nacido en 1935, murió en el 2012. En su infancia, su madre se casó con su cuñado, un hombre violento y alcohólico. En su casa sólo había dos libros, la Biblia y un catálogo de ventas por correo. Al regresar de Corea, ingresó en la Universidad de Florida, aprovechando las ventajas que el ejército ofrece a los desmovilizados. Vagabundeó en motocicleta. Fue profesor de escritura creativa. Escribió ocho novelas de las que yo he leído tres, las tres que están traducidas. Se le considera un escritor de la tradición sureña, con tramas violentas, pero yo detecto en todas sus novelas humor y ternura. Me gusta mucho. Cuerpo está publicado por Acuarela Libros.


lunes, 5 de diciembre de 2016

El lector fracasado




Una vez coincidí en un banco de la estación de tren de Talavera con un lector de novelas del oeste. Yo también llevaba un libro. Nos pusimos hablar de nuestros gustos. Mi compañero de banco sabía mucho de novelas del oeste, aunque ignoraba hasta que se lo conté yo que la mayoría de los autores que admiraba y que tenían nombres anglosajones eran españoles con pseudónimo (por ejemplo, Silver Kane -tributo en plata en su traducción literal- era Francisco González Ledesma, un notable y represaliado escritor catalán, autor de apreciables novelas negras y crónicas barcelonesas anterior a Vázquez Montalbán). Me explico sus bien fundados gustos dentro del estrecho margen de esos gustos; tenía buenos criterios, bien empleados eran perfectamente utilizables para analizar la obra de Dickens o de Kafka. Yo le expliqué los míos y le conté de mi entusiasmo por el libro que estaba leyendo, él no estaba muy entusiasmado con el suyo, le parecía muy previsible. Anotó el título de mi libro en la contrasolapa del suyo. Nos separamos con la sensación de no haber perdido el tiempo en una charla banal.


Se puede no avanzar como lector y quedarse atascado en una subliteratura de quiosco, pero peor es fracasar como lector; basta con tener prejuicios, o sea, con carecer de juicio. Son esos lectores que te miran por encima del hombro (caído hacia el despecho o el propio pecho) cuando dices que admiras El Danubio de Magris, o que te pareció una estupenda novela histórica policiaca El nombre de la rosa de Eco. Por supuesto no leen novela de género, ¿Dashiel Hammet o Raymond Chandler? Sobrevalorados ¿La ciencia ficción? Por dios, qué vergüenza. Por supuesto les pasa desapercibido ese librote de David Simon, el genial creador de The Wire para la HBO, Homicidio, esa mezcla impactante de crónica periodística y novela negra de más de 600 páginas que establece una radiografía de la podrida ciudad de Baltimore como sólo estaría al alcance de un Balzac en sus mejores momentos. Es el mismo que te hablará de la intragable novela de una taiwanesa que se suicidó en Palma de Mallorca y de los poemas de un gabonés sobre la flor del mango. Las mesas de novedades les parecen una ordinariez, los suplementos culturales, hojas parroquiales de las propias editoriales (algo de eso sí que hay) y la labor del crítico una tarea ímproba en que el entusiasmo y la admiración deben descartarse de antemano. Se parecen a esos profesores de literatura que consiguen hacerte odiar la literatura, su oficio es el ejercicio del desengaño y el desdén. Nunca han creado nada. Algunos son críticos profesionales, otros, editores. Nunca buenos lectores.