De vez en cuando me vienen ramalazos de mi juventud
libertaria y me pregunto sobre las posibilidades de sustituir el Estado por una
biblioteca. Elegir a nuestros políticos, al menos, por su experiencia lectora y
no por sus consignas. Preguntarles sus opiniones no sobre política internacional,
sino sobre Dostoievski o Faulkner. El resultado no podría ser peor que el actual
que promociona a los políticos por sus defectos públicos y jamás por sus
virtudes privadas. No se puede vivir en este mundo negando la rueda (ni dejando
de subirse en artefactos basados en ella), pero muchos viven negando el libro,
que es un invento al menos tan esencial en la historia humana como aquella. El
libro es un medio de transporte mucho más fantástico que nos permite recorrer
el espacio de la experiencia de los mejores entre nosotros a la velocidad del
paso de la página. Y en un buen libro siempre se puede confiar más que en un ser
querido o un amigo como interlocutor válido, un diálogo, jamás un monólogo,
entre escritor y lector, una conversación íntima, la más íntima entre las posibles.
Un hombre que tiene gusto, gusto literario dispone de una vacuna
contra la esclavitud, un pasillo de contrabandista para escapar a la libertad,
ya que es menos vulnerable a las cantinelas y los rítmicos conjuros de la
demagogia política. He leído críticas al Presidente Obama basadas en que sólo
sabe dar buenos discursos y no hace nada más. Pero hombre, es que hacer buenos
discursos, y los de Obama me consta que suelen ser excelentes (yo creo que se
los revisa Don De Lillo) pues alguno he leído, es salir de la mediocridad del
estadista medio y está al alcance de muy pocos. El mal de carácter político,
como el mal en general, implica un mal estilo; la estética es previa a la ética
y nos viene desde la cuna, como demuestra el niño pequeño que llora y rechaza
los brazos que le tiende el desconocido, y lo hace por elección estética, no
moral. En ese sentido es como yo creo que hay que interpretar la conocida
afirmación de Dostoievski de que la belleza salvará al mundo, o la de Matthew
Arnold del papel salvador de la poesía.
Pero previamente, la educación es la salvación, pero la educación en el
lenguaje no en las pericias profesionales con fecha de caducidad, pues la
educación del habla nos salva de caer en las imprecisiones, y cualquier
imprecisión puede provocar la irrupción en nuestra vida de una elección errónea.
La literatura es el mejor sistema autodidacta para educarse, aunque sea porque
implica la existencia de personas que pueden valorarla moral y lingüísticamente.
Y debe exigir cierto esfuerzo, como la buena música frente a la mera pachanga. Los
que dice que debe ser popular, hablar el lenguaje de la gente, pretenden que el
Homo sapiens detenga su evolución para ser sólo un productor y un consumidor; más bien es la gente la que debería hablar
el lenguaje de la literatura.
La literatura nos enseña el carácter privado de la condición
hu mana. Leer es una actividad gozosa y absolutamente solitaria, aunque estemos rodeados
de mastuerzos que gritan o que no apartan la vista de las pantallas de sus móviles.
De alguna forma, el obvio animal social que somos se vuelve más individuo.
Podemos compartir una comida, un amante o una vivienda, pero una obra de arte,
y más en concreto de literatura, y aún más, un poema no se pueden compartir ni
siquiera con la lectura en voz alta, cada receptor es uno y mantiene una
relación directa, íntima y sin intermediarios con ese poema. Creo que esa es la
razón de que el arte en general y la literatura en particular reciban tan poco
apoyo por los paladines del bien común, los caudillos de masas. Un lector, por
el mero hecho de serlo, es un individuo fuera de la masa, dueño de una vida
propia, no impuesta ni dictada por otros. Además, cualquier sistema político
(vuelve mi veta anarquista) o forma de organización social es por definición,
como todo sistema, un pretérito que aspira a imponerse al presente, y a menudo
al futuro. Por el contrario y otra parte, la parte quizá más importante, la lengua, como dijo Joseph Brodsky hablando de la poesía, posee una colosal energía centrífuga conferida por todo el tiempo que tiene por delante, a la inversa que el lenguaje fósil de las consigas políticas que intentan implantar el pasado en nuestro presente y fijar el futuro. Creo que vivir sin leer no es vivir plenamente, es estar más
expuesto a la manipulación, ser mera víctima de la historia y no ser dueño de
la vida propia.
Anexo de última hora: Bob Dylan premio Nobel 2016
Anexo de última hora: Bob Dylan premio Nobel 2016
Muchos se han sentido escandalizados por la concesión del
Nobel a Dylan, yo no; es más: me alegro. Primero, porque Dylan es un poeta
además de un cantante y músico y que le den el premio a un poeta me parece
estupendo, porque la poesía es la madre de la prosa, su maestra. Los mejores
prosistas (que no los mejores narradores) son poetas porque la poesía es el arte de la
concisión, la economía y el atajo fulgurante, del hallazgo semántico feliz, lo contrario de la redundancia y
la verborrea. No estoy hablando de esa prosa supuestamente poética que me
enerva, sino del buen dominio del idioma que se obtiene leyéndola. Yo recomendaría
a los novelistas españoles jóvenes que leyeran a Juan Ramón, a Machado, a Lorca
y a Cernuda, antes que a Galdós a Benet o a cualquier otro narrador. No deja de
ser una paradoja que Bob Dylan tomara su nombre de guerra de un magnífico poeta
galés, Dylan Thomas, al que admiraba profundamente y que jamás recibió el Nobel
antes de morir tempranamente de neumonía, así que aquí hay una suerte de
justicia poética en que se lo concedan a su homónimo estadounidense. En segundo
lugar, porque dignifica la canción popular que no va de las tonterías de chico
que ama a chica. En tercer lugar, porque las canciones de Dylan forman parte de
mi educación sentimental y además es el mejor representante de esa década prodigiosa que fueron los 60 del pasado siglo. En cuarto lugar, porque a los que van de severos
popes de la alta cultura les ha sentado fatal y en cambio Dylan es un autor que
anula precisamente esas diferencias entre alta cultura y cultura popular. Finalmente,
porque hay muchos ejemplos en el pasado de premiados que se lo merecían mucho
menos que él (mírese el penoso caso de Echegaray, por no ir lejos de España)
Ahora, el problema es que a veces hacen que lo bello parezca aburrido. Creo que era Ana María Matute quien decía, siendo pequeña, la obligaban en el colegio a leer el Quijote. Y no lo decía por criticar la obra de Cervantes, sino porque opinaba, y probablemente llevaba razón, que aspiraban a anquilosar a Cervantes como una figura desprovista de su gracejo, chispa y vitalidad. Algunos humanistas pueden ser peores que los políticos sin darse cuenta...
ResponderEliminarSí, ese es otro problema, aliado al que señalo
EliminarPodría introducir algunos matices puntuales, pero en general comparto los argumentos con los que sostienes que el Nobel a Dylan es merecido.
ResponderEliminarNo dudo que un 'dilanólogo' como tú tenga un montón de matices que añadir. Yo añado uno al post: la primera poesía fue cantada, por algo lírica viene de lira.
Eliminarme parece fatal que critiquemos tanto a un premio nobel español. no voy a entrar a discutir si es mejor o peor, no lo he leído, pero creo que a estas alturas, llamar penoso a Echegaray...como mínimo es irse de la mano...
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