Si tuviera que elegir la novela más relevante del siglo XX no
me decidiría por En busca del tiempo perdido de Proust, el Ulises de Joyce, El Castillo de Kafka o Las Olas de Virginia Wolf sino por la voluminosa El hombre sin atributos de
Robert Musil. La novela no reviste una forma tan radical y hostilmente
experimental como los ejemplos anteriores y, pese a su extensión en cuatro
volúmenes y además inacabada, es perfectamente legible. Aunque Musil se inició
en la carrera militar a la que se destinaba a los aristócratas como él, su
afición por la ciencia, que despegaba en la nueva física a comienzos del pasado
siglo, era notoria, y se nota en la novela. El hombre sin atributos es un
experimento mental posteinsteniano y hasta postfreudiano y postpicassiano. Es
decir, Musil consideraba que la novela era el vehículo para expresar la
filosofía de su época, pero al igual que Picasso quería mostrar el retrato
simultáneamente de frente y de perfil o, como Einstein, ligar el espacio y el tiempo como
dimensiones asociadas y relativas. Lo más paradójico es que a lo largo de su
dilatada elaboración —desde 1920, trabajando a diario en ella— el libro acabó
siendo superado por los celéricos acontecimientos históricos.
Comienza en 1913, en vísperas de la Primera Guerra Mundial y
transcurre en el mítico país de Kakania, el apenas disfrazado Imperio Austro
Húngaro y quizás es la respuesta más brillante a los acontecimientos que
marcaron el inicio del siglo y su discurrir posterior. Además es imposible de malinterpretar,
no contiene ambigüedad alguna. Hay tres temas diferentes engarzados sabiamente:
la búsqueda del soldado Ulrich, su protagonista principal, que decidió estudiar
ingeniería (como el autor) para después dedicarse a las matemáticas y
convertirse en un intelectual. De la mano de Nietzsche intenta penetrar en el
significado de la vida moderna y así descifrar los vericuetos mentales de otro
personaje esencial llamado Moosbrugger,
asesino de una joven prostituta. Ulrich es un científico que ya no encuentra
inspiración alguna en los enfoques científicos (nuevamente como el propio
autor); echa en falta la pasión que le lleva a sumergirse en la bulliciosa vida
social de la Viena de preguerra. El segundo tema es el amorío que Ulrich
mantiene con su hermana Agathe, de la que se había separado en su infancia. El tercer
tema es la sátira social de la Viena de la época. En 1942, en plena Segunda
Guerra Mundial, muere Musil en la indigencia en Suiza sin haber completado el cuarto
volumen en el que llevaba trabajando décadas.
Dejó dichas unas palabras proféticas. “Hoy nos ignoran, pero en cuanto
hayamos muerto se jactarán de habernos proporcionado asilo”.
En realidad el verdadero tema del libro me toca personalmente
mucho, porque no es otro que profundizar en qué significa ser humano en una
época dominada por la ciencia. Estoy dispuesto a admitir que alguien puede ser
cabalmente culto hoy en día sin haber leído completo El Quijote, pero creo que
nadie lo es sin haber leído atentamente El Hombre sin atributos, así que allá
vosotros.
Leí "El hombre sin atributos" en 1988, debido a la entusiasta recomendación de un amigo. Me gustó, pero no me impresionó lo que a ti, según parece; desde luego no la habría considerado la novela más relevante del XX, aunque probablemente opinamos bastante diversamente en materia literaria (o en cuanto a novelas) porque tampoco escogería ninguna de las que citas (y la que menos el Ulises) y, en cambio, me sorprende la ausencia de Thomas Mann de ese breve listado, ya que te decantas por la literatura en alemán. En todo caso, entonces aún no había llegado a la treintena, quizá ahora, acercándome a la sesentena, deba releerla pues casi no me acuerdo (aunque me la has evocado con tu resumen). Por cierto, he ido a buscarla y encuentro sólo el 1º tomo en mi biblioteca (la tengo desordenadísima), que también es de Seix Barral pero de una edición distinta a la que ilusta este post.
ResponderEliminarMás que la que más me gusta, aunque es una de las que más, El hombre sin atributos me parece que es la que mejor refleja el siglo.
EliminarRecuerdo haberla empezado y haberla "tenido" que dejar obligado por el traductor. Creo que por su culpa -la del traductor- esta sí que me resultó hostilmente hermética, y no Proust, por ejemplo, que no me parece "experimental" en absoluto, sino bastante "acogedor" y fácil de leer.
ResponderEliminarNo hago de ‘experimental’ e ‘ilegible’ sinónimos. El muy legible Proust fue muy experimental, experimentó e inventó técnicas nuevas, como el famoso monólogo interior.
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