Los músculos aceitados de los hombres bigotudos en los gimnasios tradicionales, los cuerpos velados de gasas de las bailarinas, el muecín llamando a la oración, las escenas de los serrallos, hamanes y harenes de Ingres o Delacroix... Cuando el ensayista y musicólogo palestino Edward Said
publicó su famoso libro Orientalismo denunciaba la visión tópica y pintoresca,
exotista, con la que los ojos de los occidentales contemplaban el Oriente. De
alguna forma, señalaba Said, ese Oriente era un invento de esos occidentales.
España de hecho, se convirtió en una suerte de ‘Oriente asequible’ para los
viajeros románticos del XVIII en adelante, con nuestros bandoleros y gitanos.
Sin embargo, contemplando apenado ese Cercano, tan cercano y tan lejano, Oriente sumido en
guerras interminables y presa de un fanatismo islamista que poco tiene que ver
con sus verdaderas tradiciones, hoy, repito, disiento en parte de Said. Creo
que el error consiste en contemplar la historia de Oriente y Occidente como
compartimentos estancos, cuando desde la España de los omeyas y la traducción
al árabe de las principales aportaciones grecolatinas que junto con los
monasterios irlandeses las hicieron pervivir en el Renacimiento, ambas tradiciones
se han visto inextricablemente interrelacionadas y mutuamente influidas. Es mucho
lo que en Occidente debemos a la cultura oriental y mucho lo que está debe
esperar de los valores vigentes, aunque amortiguados de Occidente, empezando
por el principal, los Derechos Humanos.
La primera gran obra moderna de ese género que conocemos como
‘literatura de viajes’ es el maravilloso De Paris a Jerusalén del gran Chateaubriand.
Desde entonces, plagado de buenas intenciones, el camino entre ambos mundos se
ha ido separando. No sólo el colonialismo, sino la incomprensión mutua y los
tópicos han abierto esa brecha sin darnos cuenta que cuando los islamistas degüellan
a un prisionero esa imagen ‘oriental’ horrible es igual de horrible y hasta
oriental para un iraní o un egipcio modernos.
¿Cuántos de los que me leéis habéis hecho lo propio con esa
maravillosa novela de Hedayat que se llama La lechuza ciega? El último premio
Goncourt de novela —un premio, por cierto, que casi nunca defrauda—, la
maravillosa Brújula de un jovencísimo Mathias Enard, repasa en una sola noche
de insomnio en su apartamento de Viena (esa Vena que se marca como puerta de
Oriente por el mero hecho de haber tenido a
sus puertas en dos ocasiones a los turcos) la vida del musicólogo
Ritter, evocando todo lo aprendido y vivido en Estambul, Teheran, Alepo o
Damasco que han marcado su biografía intelectual y sentimental, desfilando por
su mente amigos y amores, literatos malditos, poetas persas modernos, orientalismos
musicales como los de Listz y demás hechizos de Oriente. Viejo y cansado, el protagonista
descubre tarde como siempre, que la vida es una sinfonía de Mahler que nunca da
un paso atrás, nunca vuelve sobre sus pasos.
Desde el libro que adoraban y malinterpretaban los nazis del
Conde de Gobineau, Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (Gobineau no
era antisemita, de hecho, considera la “raza judía” como una de las más nobles,
sabias e industriosas y de las menos decadentes). Al final, tanto en Oriente
como en Occidente, lo que se evidencia es la violencia de las identidades
impuestas, el que llamemos ‘musulmán, a cualquiera que lleve el patronímico
árabe o turco en su pasaporte. Una incomprensión mutua que produce ignorancia y
muerte.
¿de verda verdaíta crees que Oriente no proclama los DDHH? Pues los predica... aunque no de trigo -Occidente tampoco da trigo pero plomo y trilita, ni te cuento...
ResponderEliminarpérez
"Es mucho lo que en Occidente debemos a la cultura oriental y mucho lo que está debe esperar de los valores vigentes, aunque amortiguados de Occidente, empezando por el principal, los Derechos Humanos.": ¿valores de Occidente y, encima, DDHH? ¿Y me lo dices cuando Occidente está destrozando todo el Near East (+Libia)?
Eliminarhace eones, hubo las caravanas recorrían tranquilas el NE: llegaron las Cruzadas y se acabó la paz de los caminos. Hace menos eones, los hippies se iban a la India atravesando tranquilamente desde Turquía hasta "Pakistán oriental" pasando por Afganistán y etc. En la España contestataria estaban de moda las piedras de Mauritania y en la Europa idem, los abrigos afganos. A ver quién es el guapo que ahora se atreve a ir en fregoneta por aquel itinerario.
A eso nos ha llevado la idolatría europea por las palabras "DDHH".
los valores de Occidente se llaman v. bursátiles y, a enorme distancia, los v. literarios que los emperifollan, na' que pueda estudiarse en Axiología.
pérez
Una cosa son los principios proclamados (derechos humanos) y otra los intereses políticoeconómicos. No te confundas
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