miércoles, 2 de noviembre de 2016

La lectura como remedio



¿Por qué tantos millones de personas creen que los escándalos de corrupción del PP son ataques contra el propio partido de derechas y no su indigna forma de funcionar, que Putin es un demócrata o que Trump hará más grande a los Estados Unidos de América, o al menos actúan como si lo creyeran, lo que no sé si es aún peor? Ante preguntas complejas las respuestas, y mucho menos las soluciones, no pueden ser simples, pero a mí se me ocurre una un tanto insólita: la falta de imaginación de un público que apenas lee, o sólo lee ya mensajes breves y simplistas en las redes sociales. Nietzsche afirmaba que la voluntad de apariencia e ilusión era más poderosa que la verdad. No es ya que la mujer del César deba ser virtuosa y además parecerlo, sino que basta con que lo parezca —o lo proclame contra toda evidencia—, aunque obviamente no lo sea.
 
Para que la imaginación, una herramienta básica cognitiva, pueda desarrollarse debe ser alimentada y cultivada casi desde la cuna, hay que aprender a leer como hay que aprender a no comerse los propios excrementos y casi a la misma edad. La imaginación tiene sus propias reglas, avanzando y retrocediendo, con pulsaciones rítmicas propias, sin atajos apresurados (como en los malos relatos), con símbolos multiformes, con esa herramienta básica del instinto fundamental humano: las metáforas. Porque las cosas, los hechos, los sucesos no tienen entidad por sí mismos, como sabe todo buen periodista, hasta que alguien los relata. Habitamos en un mundo de representaciones, como nos señala esta vez la moderna física, productos de nuestra fantasía, empleando nuestra imaginación para desentrañar la complejidad del mundo; las contraponemos, las combinamos, las fundimos, a las ficciones, símbolos, metáforas, en definitiva, a los relatos.


Para que triunfen las falsedades más evidentes, como las que señalaba al principio, las ficciones deben ser pobres, sin penetrar en ese enmarañado mundo de símbolos, sólo así ‘cuelan’ los clichés y los eslóganes. Así que creo que nuestra capacidad de crear ficciones está disminuida porque no se la alimenta y eso contribuye a empobrecer nuestras democracias. Un empobrecimiento progresivo y generalizado que permite que se propaguen relatos burdos en esas redes de mensajes simplificados, sin matices… sin verdad, porque ésta reside en éllos precisamente. El votante absorbe con facilidad esos mensajes tergiversados, esos miedos primarios al diferente, a los otros, esas versiones deformes y grotescas de la realidad, esas algarabías contra los inmigrantes, ese conformismo hacia la desigualdad creciente inherente al capitalismo desde su nacimiento, esa merma de libertades a cambio de una improbable seguridad, esa lluvia de votos a los inmensamente corruptos. Y sólo se me ocurre como antídoto la educación de verdad y su instrumento gozoso, la lectura.


Quién no coge jamás un libro (¿un 40 por ciento?) puede ser una buena persona, pero no una persona libre. Asistir a la desaparición de las formas de lectura que exigen una atención prolongada, reiterada y constante (¡se me está acabando el libro!) en una época en que el número de analfabetos ha disminuido como nunca (la oralidad, rica en relatos, lo compensaba antes) es muy triste y muy peligroso, pero a mí, lo que más pena me da, es cómo se están perdiendo tantos un placer de dioses; ¡qué digo de dioses, de humanos!

2 comentarios:

  1. En realidad sí se lee... Pero claro, son obras mediocres, sin imaginación, cuyos autores son incapaces de reimaginar arquetipos. No sé si ahora se leerá con menor atención que antes, no tengo datos, pero sí que hay cierto componente del sesgo del superviviente: sólo recordamos las buenas obras y a veces tenemos la idea de que en el pasado sólo se debían de leer esas, pero ya había sus best-sellers, de los que nadie se acuerda excepto para lo malo.

    Un ejemplo sería el de Rocambole, cuyas novelitas fueron muy populares hasta que el público se aburrió y sólo quedó la palabra "rocambolesco" para denotar que algo es inverosímil.

    Lo más criticable de la época actual es que la "novedad" se presenta sin el clásico al lado, lo que contribuye a que haya lectores activos que desconozcan los segundos. La principal causa es el negocio: los clásicos suelen ser públicos y no tienes la exclusiva. Una lástima.

    P.D: Te ha salido esta entrada repetida y aparece cuatro veces en mi lista de lectura. Creo que puede haber ocurrido algo raro con Blogger, porque a otro conocido le ha pasado algo parecido en el mismo día.

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    1. Pues no estoy muy de acuerdo. Creo que lo importante es leer, de forma continuada y habitual, aunque si son cosas buenas tanto mejor, y que hoy solo se leen mensajes fragmentarios, como los de las redes sociales

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