martes, 16 de agosto de 2016

En una isla desierta y no me llevé un libro…






¿Que qué libro me llevaría a una isla desierta? Absurda pregunta en verdad, porque si la isla en cuestión está desierta a estas alturas de la película de nuestra historia es porque es inhabitable. En la improbable isla desierta, lo de menos sería el libro. A veces ser literal te lleva por caminos de reflexión algo más inesperados que la mera rutina automática en la respuesta. Pero aún así, seamos condescendientes, si tuviera de verdad, literalmente, que elegir un único libro, el consabido y dichoso libro, para llevarme a una isla desierta, o al menos sin bibliotecas públicas ni librerías surtidas —y en ese caso lamentable nos valen un montón de ciudades y pueblos de provincias, no hace falta que te aterricen en un atolón de la Micronesia—, haría trampa cuando no me mirasen y cogería una buena navaja, o un botiquín lo más completo posible con vacunas incluidas y pastillas para potabilizar el agua, o unas buena botas. Pero si estuviera a salvo y a cubierto en casa sin poder salir y tuviera hambre y un buen queso pero no un buen cuchillo ni tampoco un buen libro, me comería el queso a bocados y elegiría el libro. Los que tienen sus prioridades grabadas en piedra, como las famosas Tablas de la Ley mosaicas o las doce de los inicios del periodo republicano en la Antigua Roma, en lugar de variarlas según las circunstancias, pueden morir deshidratados con una antología maravillosa de su escritor preferido en las resecas manos. Las opciones nunca deben ser obligatorias, porque dejan de ser opciones para pasar a obsesiones; las necesidades, en cambio, no son nunca del todo opcionales, como bien sabe cualquier aspirante a refugiado que se sube a un frágil cayuco mientras deja atrás los bombardeos. Y si puedo quedarme con todo —la nueva trampa que hago, soy consciente, sería total— elijo Los cuentos completos de E.L. Doctorow o El teatro completo de Shakespeare, que tiene la ventaja de incitar a leerlo en voz alta, cada personaje con un tono de voz, y así sentirse menos solo en la islita de los cojones. Todos estos inapreciables artículos los garantizo y los recomiendo, los he probado. Me falta la isla desierta, que no he probado. ¿Y puedo llevar a una bella amiga aunque tampoco la haya probado aún…? La vida para algunos son lentejas, para muchos otros ni eso y para unos pocos una tienda surtida de delicatesen. ¿Piedra, tijera o papel? Depende, acertar a elegir en ese juego es cuestión de suerte: piedra si el otro elige tijeras, tijeras si el otro elige papel, papel si el otro elige piedra. Pero a veces, si no se trata de un juego, sólo tienes como opción las tijeras para cortar un esparadrapo, la piedra para partir las nueces o el papel para envolver algo o para escribir con tizne de la hoguera el libro que no tuviste la precaución de llevarte, so imprudente ¿Acaso no sabes que además de un vicio, la lectura es un lujo indispensable? 


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