Desde el presente, el único tiempo real, el pasado tiene el
defecto de presentarse siempre como el único posible y el que conduce inexorable
al futuro. Al excluir el azar y recalcar sólo la necesidad, los relatos del
pasado, especialmente del propio son terriblemente engañosos. Me gusta leer
libros de memorias porque son verdad en la misma medida que las novelas son
mentira, es decir, en el sentido de la afortunada frase de Vargas Llosa para
definir la narrativa: “La verdad de las mentiras”. Las memorias, a la inversa
simétrica, son verdades que contienen múltiples mentiras. Si el pasado es una
pared con agujeros (que rellenamos con invención, es decir, recreamos), de la
misma forma que el futuro es un agujero sin paredes por mucho Jules Verne que se
insinúe como profeta, lógicamente pretender que las memorias de los escritores,
esos forjadores de mentiras que son verdad, sólo contienen verdad y nada más
que la verdad es negarles su condición de género literario. Por eso, cuando se
intenta escribir con hiperrealismo y extrema verosimilitud, como en la novela
negra, se hace en tiempo presente y en primera persona del singular,
característica de estilo que comparten con las memorias. Los escritores además
y en general suelen llevar vidas aburridas, como lo son las de cualquier mirón
pasivo que no vive tanto como acecha las vidas de otros. Suelen carecer de
interés las de políticos, si salvamos las muy mentirosas y espléndidas de Churchill,
que recomiendo, y las de Manuel Azaña (Memorias políticas y de guerra). Tampoco
me gustan las memorias de los grandes hombres de éxito, esos supuestamente
hechos a sí mismos, ya que el porcentaje de mentiras suele ser excesivo; en el
mismo sentido, prefiero las historias de fracasos, aunque también resulten
falseados.
Tengo varias memorias favoritas. Las de Chateaubriand, por supuesto,
Memorias de ultratumba (insuperable título de mi reaccionario favorito con permiso de Chesterton) o más cercanamente las del Gran
Ernst Jünger del que ya me ocupé en una entrada en mi otro blog matriz. Me
gustan mucho las del peruano Julio Ramón Ribeyro, La tentación del fracaso
(otro título insuperable). También me gusta mucho Mi medio siglo se confiesa a
medias, de nuestra gran César González Ruano. Las Croniques de Bob Dylan (un
gran escritor), las de la malograda Alejandra Pizarnik y mucho, me encantaron las del
cocinero Anthony Bourdain, Confesiones de un chef, verdaderamente terribles (no
me pudo acercar a un cuchillo de cocina en mucho tiempo). Con cualquiera de
ellas se disfruta y se puede aprender muchísimo sobre como mentir con
verosimilitud.
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