lunes, 14 de noviembre de 2016

Elogio del erudito: la armonía humana en una balda.





Hoy está de moda denigrar el saber por el saber, no utilitario, desde la base populachera que se pretende popular y común y desde cierta izquierda que recela de todo lo que no sean dogmas simples y fáciles de repetir. El erudito vive de los libros y con los libros, pero eso no implica que no conozca el mundo, al contrario, y la vida mucho mejor que  el que anda todo el día por la calle o de barra de bar en barra de bar, reptiendo tópicos y clichés oídos aquí y allá y tomándose a sí mismo por un filósofo inapelable que vive sin dudas, como el asno que es.

El verdadero erudito sabe que los libros son el renacer, la manera de traer el pasado a la vida, la forma de oír la voz de los muertos. Pero siempre que se pueda hay que tener criterio para elegir entre esa magna maraña de ediciones y títulos; así, nuevamente siempre que sea posible, es mejor acudir a las fuentes originales que a los refritos. Por ejemplo, leyendo a Marx, y no las glosas a favor y en contra sobre Marx, uno puede descubrir quizás con algo de sorpresa, que tan importante como sus aportaciones a la economía, lo son las que hace al estudio de la historia y al pensamiento político. Antes de que se acuñara el término “globalización”, él se dio cuenta de que el sistema capitalista es como un monstruo que no para de crecer —como ciertos reptiles longevos, añado yo en metáfora zoológica— cada vez más y al margen de los individuos.

Algunos confunden la verdadera erudición con glosar y acumular citas sin orden ni concierto, pero hay que aprender no sólo a descubrir las ideas de otros en los libros, sino a utilizarlas con precaución para crear orden a partir del caos, sabiéndolas relacionar y contextualizar. Es como la confusión generada entre la historia como disciplina para entender el pasado, y la memoria histórica como reivindicación ante las ocultaciones de ese pasado por el poder; cosas distintas pero no excluyentes ni sustitutorias. Somos la suma de generaciones de experiencias vividas por nuestros antecesores; pero también somos inevitablemente producto de nuestro tiempo, influido por guerras, conflictos, convulsiones, tumultos económicos y modas y avances científicos. En ese sentido leer historia —agradeciendo que los historiadores sean más propensos no sólo a divulgar su disciplina sino a borrar las rígidas fronteras entre lo académico y lo popular, al revés que la mayoría de los científicos de ciencias “duras”— ayuda a entender el presente; leer sociología ayuda a entendernos a nosotros en nuestro tiempo, pero relacionándolo con la neurociencia, la biología y la antropología. Etcétera. El buen lector es tan devorador de textos como interdisciplinar en sus elecciones, y al igual que en narrativa es una bobería desdeñar los géneros, en ensayo es absurdo limitarse a una rama del saber, aunque sea tan insigne como la filosofía o tan inapelable en apariencia como la ciencias.

Contextualizar. Hay que leer a Spinoza, pero mejor hacerlo sabiendo que el brillante autodidacta de Ámsterdam fue excomulgado por la autoridad judía, que pasó la mayor parte de su vida infravalorado y que se ganó la vida puliendo lentes de cristal para los primeros microscopios, lo que quizás le ayudó a aprender el bello arte de la sutileza intelectual. Quienes leen en Maimónides sus raras menciones a Dios no deben olvidar que para él Dios existía fuera del tiempo, inmutable y que no era tanto una persona o una presencia física como un concepto, una esencia que hacía posible la existencia del mundo.

Los libros son parte de una esfera mágica, incluso en cierta forma al margen de izquierdas y derechas, lo bueno y lo malo, en las que la obra de un rabino pueden compartir la misma estantería que un filósofo marxista, y en ese sentido son el paradigma de la armonía humana. Por cierto, los judíos ortodoxos creen que los libros quemados ascienden en forma de humo al cielo y ahí permanecen. Si eso es así, y la idea es tan preciosa como la de la armonía de los estantes de una librería, entonces, en el cielo se encuentran los mejores libros de su tiempo, aquellos que ardieron en las piras nazis.

5 comentarios:

  1. Muy de acuerdo. Es una lástima ver cómo cierta izquierda desconfía de la erudición, de hecho es una de las razones de que ciertas pseudociencias triunfen tanto bajo el disfraz de estar en contra del elitismo o del capitalismo. Patético, por parte de estas personas, creer que el enemigo de mi enemigo (por ejemplo, las farmacéuticas deshonestas) es un amigo, cuando es un enemigo todavía peor cuando (que les pregunten a los familiares de Steve Jobs por la homeopatía).

    Ya hiciste en tu otro blog* una crítica a las citas aisladas del contexto. A mí me fascina cómo algunos seres "humanos" pueden atacar, por ejemplo, la educación pública con una cita de Woody Allen en la que comenta que lamentó ir a la escuela. Una breve búsqueda arroja que a Allen le disgustó su estancia escolar porque sus profesores eran, dice él, perturbados, no por la escuela en sí.

    Pero lo peor está en los dogmas fáciles, como dices, esa pseudo-erudición que toma la apariencia de profundidad sólo para graznar naderías. Se quejaba el otro día un conocido de que mucha gente considerara a los actores intelectuales. A mí no me gustó su comentario, lo que habría que criticar es que se perdone a ciertos profesionales meterse donde no los llaman. Cuando el payaso (en los dos sentidos) de Jim Carrey criticó las vacunas por Twitter, le critiqué por su necedad en bioquímica, no porque fuera actor.

    En fin, lo único que podemos hacer es estudiar y razonar a quien parezca dispuesto a prestar oídos.

    *Ya que ha salido el tema, ¿volverá a estar on-line Periquitos muertos? Si es que todavía no has podido ponerte a ello, disculpa.

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    1. He abierto otro con casi el mismo nombre en este dirección:

      http://periquitosmuertos.blogspot.com.es/

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    2. De acuerdo, lo apunto. Veo que hay algunas entradas.

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  2. "Los libros son parte de una esfera mágica, incluso en cierta forma al margen de izquierdas y derechas, lo bueno y lo malo." Como si fuera Miroslav, por una vez estoy de acuerdo... con matices. Sí que creo que, por el hecho de haber sido escrito y de haber podido ser leído, -por el hecho de ser un libro- cualquier libro pasa a gozar de ese estatus privilegiado que lo eleva por encima del bien y del mal. Pero solo desde el punto de vista "formal", que basta para protegerlo, por ejemplo, de ser quemado o destruído -quemar un libro, sea el que sea, me aparece una atrocidad casi semejante, aunque sea de lejos, a quemar a un hombre- pero desde luego no les da a todos el mismo valor, ni hace que las estupideces o las vilezas, aún encuadernadas, dejen de serlo. Simplemente los libros viles o estúpidos se convierten en testimonio valioso de la estupidez y de la vileza, que también forman parte del depósito de saber acumulado en los libros. Desdeñar ese depósito, o creer que hay alguna clase de "sabiduría" que pueda prescindir de él, eso sí que es verdaderamente estúpido, como bien dices al principio del post. No hay nada más atrevido que la ignorancia.

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    1. Y nadie puede arogarse el derecho a determinar la bondad o maldad de un libro, no quemándolo

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