Es como enamorarse, a uno les pasa y a otros no. Los que no
les pasa, lógicamente, no lo echan de menos. Para un verdadero lector, uno en
que la lectura forma no sólo parte de sus hábitos—eso sería como lavarse los
dientes—, sino de su vida, tomar conciencia de que uno es lector es uno de los
descubrimientos más electrizantes de la vida: de que somos capaces no sólo de
leer, sino además de ‘enamorarnos’ de la lectura. Perdidamente. Con delirio. El
primer libro que ejerce ese efecto nunca se olvida, y cada página parece traer
una revelación nueva, que abrasa y exalta: ¡Sí! ¡Así es! ¡También yo he notado
eso! ¡Eso pienso yo! ¡Eso siento yo! Enganchado de por vida. Un descubrimiento
incesante.
El verdadero lector no es un crítico, aunque tenga criterio y gusto. Su principal virtud es la admiración, el descubrimiento y... el placer, cosa que dudo que tengan muchos críticos profesionales.
¿El primer libro que despertó en mí ese deslumbramiento? Sí soy sincero y pesar de lo dicho, ejem... no lo recuerdo, pero en mi memoria permanecen muchos de los que le siguieron. Pero si tuviera que aventurar algún título pienso que sería alguno de la serie de Guillermo de Richmal Crompton. Y claro, trataba de unos niños muy traviesos y asilvestrados.
CODA
Los libros que deseo volver a leer aunque no sé si alguna vez
tendré tiempo, calculo que sean unos doscientos, todos en mi poder. Los libros
que puedo necesitar consultar en ocasiones y que la wikipedia jamás podrá
sustituir, otros tantos, y los libros que me gusta tener sin más, saber que
están a mano, acariciarlos, unos cien. En total quinientos. Considero que cualquier
biblioteca privada de más de quinientos volúmenes es un exceso, pero la mía
probablemente multiplica por más de veinte esa cifra. Me gustan los libros como
objeto, como me gusta contemplar las formas de una mujer que he amado aunque no
pueda tocarla. Una casa sin libros me parece no ya fría sino deshabitada,
hostil, inhabitable. También me gusta
comprar libros y, durante una época, robarlos, nunca de las librerías pequeñas
y de los amigos, nunca de las bibliotecas públicas. Me gusta entrar en las
librerías, hablar de libros con los libreros que no son meros expendedores de
mercancías. Me gusta la expectación de tener un libro listo, el siguiente para
leer cuando me acabe el presente. Me gusta leer varios libros a la vez, pero
nunca dos novelas, sino dos ensayos de tema distinto o una novela y un ensayo. Los
libros de poesía jamás los leo ni los he leído de corrido; uno dos poemas y lo
cierro. Y me gustan las bibliotecas públicas; algunos de los espacios más
hermosos y confortables que conozco son esos edificios, para mí santuarios
sagrados.
En mi caso, en el colegio tenían el buen gusto de leernos fábulas antes de empezar las clases, y creo que fue la muy conocida del viejo de los altramuces. Los libros que leí siendo muy pequeño, de Barco de Vapor y así, los recuerdo por encima.
ResponderEliminarPerdona, Ozanu: he añadido una coda después de tu comentario; eso te pasa por ser tan tempranero.
EliminarLos excelentes libros de Barco de vapor me pillaron ya mayor, pero se los compraba a mis hijos, el chico desarrolló afición y se convirtió en lector, la niña no. No saco conclusiones de eso, a los dos los traté igual, pero cada uno es de su padre y de su madre
Está bien la coda. A mí me hicieron bien los libros de Barco de vapor, aunque mis profesores quizás habrían debido recomendar también alguna novela clásica.
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