domingo, 6 de noviembre de 2016

Los hijos literarios de Robinson




Cuando el marinero Selkirk naufragó en la isla de Juan Fernández aparte de salvar el pellejo, inauguró sin pretenderlo toda una cadena de narrativa de robinsones. El primero, claro, fue el de Defoe, inspirado por la peripecia real de aquel naufrago, pero le siguieron muchos otros. El Crusoe de Defoe no quiso ser hijo de nadie (“yo he asesinado a mi padre”) y pagó con la soledad y el parricidio simbólico el precio de parirse a sí mismo y su fuga del hogar (“yo seguía sintiendo una repugnancia invencible por el hogar paterno”- cuantos adolescentes no firmarían lo mismo en un hueco de sus paredes atestadas de posters). Hay quien ha visto en ese primer Robinson no sólo la lucha del hombre contra la naturaleza hostil cultura versus natura, sino la exaltación ideológica de la burguesía ascendente de la época, enredada entre su ascendiente poder económico y su exclusión del poder políticos detentado todavía por la vieja clase aristocrática, quejosa y a la vez ufana de su aislamiento, y así se glorificaba al individuo como punto de partida de la Historia. En fin Robinson Crusoe tiene muchas lecturas y tuvo y tiene lógicamente una larga descendencia, de escaso valor salvo dos excepciones excepcionales, por lo que yo sé, la novela Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier, donde se le da la vuelta al mito (inenarrable la cópula del protagonista con la horcajadura musgosa de un hermoso árbol) y la maravillosa La isla misteriosa de Jules (Julio en mis tiempos) Verne. Aquí me ocuparé de esta última. Tournier merece un capítulo (post) aparte.



La considero la mejor novela del francés o al menos es mi favorita, llena de sugerencias y con varias subtramas enlazadas y un desenlace fantástico en las varias acepciones de la palabra y unos personajes bien perfilados e inolvidables. Cuando era un chaval prefería a Salgari, tenía mis gustos pero escaso criterio y Salgari me ofrecía esas descripciones de luchas, animales y plantas exóticas más escasos en el muy superior literariamente Verne. Ya me he enmendado. Dos adevertencias previas: se ha editado a menudo en colecciones de literatura juvenil resumida y expurgada. Elegid una buena edición de esta vasta novela de más de 700 páginas. A mí me gusta particularmente la traducida por Miguel Salabert con profusión de notas y una introducción interesante de Alianza Editorial.



Entre la novela de Defoe y la de Verne hay un largo y decisivo siglo y medio y en la segunda mitad del siglo XIX (es contemporánea de El Origen de las especies de Darwin) la burguesía ya no necesita legitimar sus orígenes y aspiraciones, con el “velo de la civilización”, por emplear una expresión de la época, le basta para justificar sus empresas (y desmanes) colonialistas. Así dice el protagonista principal:

“…¡haremos de esta isla una pequeña América. Construiremos ciudades, ferrocarriles, telégrafos, y un buen día, cuando ya esté bien equipada y bien civilizada, se la ofreceremos a la Unión [los náufragos son soldados de la Unión escapados de una prisión de los Confederados en la Guerra Civil americana]. Sólo pido una cosa.

—¿Qué? —preguntó el periodista.

—que no nos consideremos como náufragos, sino como colonos venidos para establecerse aquí y colonizar.”


2 comentarios:

  1. Tengo incluso la hipótesis de que la buena épica suele incluir la visita a alguna isla. La Odisea, La isla del tesoro, Los viajes de Gulliver, los relatos de Simbad... Son un mundo pequeñito, un lugar donde uno, por así decirlo, puede esperar brillantes sorpresas.

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    1. No está mal visto, no. Te felicito.

      Yo colecciono islas del mediterráneo, la última ha sido Córcega, un descubrimiento mayor que mis espectativas.

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