lunes, 10 de octubre de 2016

La indecorosa profesión de escritor






En su deliciosa autobiografía, David Cornwell, más conocido como John Le Carré, que fue cocinero antes de fraile, o sea, espía antes de ser novelista de novelas de espías, confiesa que espiar y escribir novelas están hechos el uno para el otro, porque ambos exigen una mirada atenta a la transgresión humana y a los numerosos caminos de la traición. En realidad, en casi todos los narradores, sean o no del género de espías, opera el mismo proceso recurrente: primero viene la imaginación; luego la búsqueda de la realidad. Después la imaginación otra vez y, finalmente, el escritorio ante el que se sienta el novelista. El novelista es un mirón, un espía, un voyeur poco de fiar y a partir de los mundos privados que siempre está espiando, intenta crear un teatro para los mundos más extensos que habitamos. Cuidado con ellos.

Cuando un severo y aristocrático padre ruso se enteró de que su hija iba a publicar un poemario la llamó a capítulo en su despacho y le dijo que aunque no tenía nada contra su gusto por escribir poesía (como no lo tendría, supongo, hacia las que bordaban o hacían calceta), quería instalarla a “no machar un nombre respetado” y que recurriera a un pseudónimo. Así lo hizo la joven escritora, y lo hizo para mantener las apariencias, porque en las familias pertenecientes a la nobleza —como la Gorenko— la profesión literaria estaba considerada en general indecorosa y más propia de personas de orígenes más humildes, que no tenían una forma mejor de hacerse un nombre. A partir de esa primera vez y para siempre, Anna Gorenko se convirtió en Anna Ajmátova, una de mis poetas favoritas.

Al igual que los pintores de cámara más famosos de tiempos pasados, aunque alternaban con reyes en las cortes europeas, eran considerados simples sirvientes algo más elevados que los panaderos, pero no tan apreciados como los pasteleros y que su prestigio es cosa de ahora, los escritores han venido siendo poco más que entretenedores más o menos ocurrentes, bufones con más letras, nunca mejor dicho. Así que el prestigio que poseen en la actualidad, así como los afanes de tantos jóvenes por hacerse un nombre con dicha actividad y ver el suyo en las portadas de los libros es cosa relativamente nueva y en mi opinión perjudicial, porque lo que les tienta es ese reciente glamur de la vida literaria actual y no tanto la indecorosa, solitaria y esencial actividad de escribir y espiarnos a todos, la de siempre.

4 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo con tu párrafo final. El prestigio del "escritor" es solo un caso particular del prestigio del "artista", y la importancia que se le da está estrechamente ligada, en mi opinión, con la simultánea pérdida de calidad del arte y de la escritura. Cuanto más preocupado por ser "artista", o "escritor", está un creador, más prescindible suele ser su creación.

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    1. En cierta ocasión, comenté en el blog de Lansky algo parecido, citando como ejemplo que si bien es posible conocer obras del pasado sin conocer al autor, ya sean anónimas o no, se hace más difícil eso hoy en día. Casi toda obra tiene a un autor, y a veces es más mayor el nombre del autor que el de la obra.

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