miércoles, 19 de octubre de 2016

La obligación moral con el uso del lenguaje





Hay que procurar ser preciso con el lenguaje, tratarlo con el respeto que merece un instrumento de primera magnitud, el que más. Aunque sólo sea porque ahorra trabajo y ayuda a precisar nuestro pensamiento. La única forma de lograrlo es leer, y leer diccionarios, que es además muy entretenido.

En el sentido de lo anterior, no hay que conceder demasiada importancia a los políticos (se expresan muy mal, a menudo a posta, para no decir diciendo). No sólo por su estupidez y deshonestidad, tan generalizadas, sino por las dimensiones excesivas de su tarea, incluso para los mejores y más escasos de entre ellos, y eso independientemente de cuál sea su partido, ideología, doctrina y hasta intenciones.

Sobre todo no escuchéis a los victimistas, a menudo independentistas, que representan el colmo de lo que denuncio en el párrafo anterior. En cierto modo, la parte más peligrosa del cuerpo humano es el dedo índice, ese que se usa para señalar, tan ansioso de culpables, tan parecido al cañón de un arma de fuego y tan opuesto, ese dedo índice tieso, al signo de la victoria con dos dedos. El victimismo, caso de que tenga fundamento, sólo prolonga el papel de la víctima y resalta el del verdugo, nos impide olvidarnos de él.

Si la democracia es el punto medio entre la pesadilla y la utopía, de ser intransigentes con algo, además de con los intentos frecuentes de convertir la utopía en pesadilla, hay que serlo con el mal uso del lenguaje que no solo explicita ignorancia sino que a menudo oculta malas intenciones. Hay más verdad en una página del María Moliner que en los discursos completos de toda nuestra Transición. Y está mucho mejor escrita.


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