jueves, 13 de octubre de 2016

Vivir sin leer no es vivir del todo (y Dylan premio Nobel)






De vez en cuando me vienen ramalazos de mi juventud libertaria y me pregunto sobre las posibilidades de sustituir el Estado por una biblioteca. Elegir a nuestros políticos, al menos, por su experiencia lectora y no por sus consignas. Preguntarles sus opiniones no sobre política internacional, sino sobre Dostoievski o Faulkner. El resultado no podría ser peor que el actual que promociona a los políticos por sus defectos públicos y jamás por sus virtudes privadas. No se puede vivir en este mundo negando la rueda (ni dejando de subirse en artefactos basados en ella), pero muchos viven negando el libro, que es un invento al menos tan esencial en la historia humana como aquella. El libro es un medio de transporte mucho más fantástico que nos permite recorrer el espacio de la experiencia de los mejores entre nosotros a la velocidad del paso de la página. Y en un buen libro siempre se puede confiar más que en un ser querido o un amigo como interlocutor válido, un diálogo, jamás un monólogo, entre escritor y lector, una conversación íntima, la más íntima entre las posibles.



Un hombre que tiene gusto, gusto literario dispone de una vacuna contra la esclavitud, un pasillo de contrabandista para escapar a la libertad, ya que es menos vulnerable a las cantinelas y los rítmicos conjuros de la demagogia política. He leído críticas al Presidente Obama basadas en que sólo sabe dar buenos discursos y no hace nada más. Pero hombre, es que hacer buenos discursos, y los de Obama me consta que suelen ser excelentes (yo creo que se los revisa Don De Lillo) pues alguno he leído, es salir de la mediocridad del estadista medio y está al alcance de muy pocos. El mal de carácter político, como el mal en general, implica un mal estilo; la estética es previa a la ética y nos viene desde la cuna, como demuestra el niño pequeño que llora y rechaza los brazos que le tiende el desconocido, y lo hace por elección estética, no moral. En ese sentido es como yo creo que hay que interpretar la conocida afirmación de Dostoievski de que la belleza salvará al mundo, o la de Matthew Arnold del papel salvador de la poesía.



Pero previamente, la educación es la salvación, pero la educación en el lenguaje no en las pericias profesionales con fecha de caducidad, pues la educación del habla nos salva de caer en las imprecisiones, y cualquier imprecisión puede provocar la irrupción en nuestra vida de una elección errónea. La literatura es el mejor sistema autodidacta para educarse, aunque sea porque implica la existencia de personas que pueden valorarla moral y lingüísticamente. Y debe exigir cierto esfuerzo, como la buena música frente a la mera pachanga. Los que dice que debe ser popular, hablar el lenguaje de la gente, pretenden que el Homo sapiens detenga su evolución para ser sólo un productor y un consumidor; más bien es la gente la que debería hablar el lenguaje de la literatura.



La literatura nos enseña el carácter privado de la condición hu mana. Leer es una actividad gozosa y absolutamente solitaria, aunque estemos rodeados de mastuerzos que gritan o que no apartan la vista de las pantallas de sus móviles. De alguna forma, el obvio animal social que somos se vuelve más individuo. Podemos compartir una comida, un amante o una vivienda, pero una obra de arte, y más en concreto de literatura, y aún más, un poema no se pueden compartir ni siquiera con la lectura en voz alta, cada receptor es uno y mantiene una relación directa, íntima y sin intermediarios con ese poema. Creo que esa es la razón de que el arte en general y la literatura en particular reciban tan poco apoyo por los paladines del bien común, los caudillos de masas. Un lector, por el mero hecho de serlo, es un individuo fuera de la masa, dueño de una vida propia, no impuesta ni dictada por otros. Además, cualquier sistema político (vuelve mi veta anarquista) o forma de organización social es por definición, como todo sistema, un pretérito que aspira a imponerse al presente, y a menudo al futuro. Por el contrario y otra parte, la parte quizá más importante, la lengua, como dijo Joseph Brodsky hablando de la poesía,  posee una colosal energía centrífuga conferida por todo el tiempo que tiene por delante, a la inversa que el lenguaje fósil de las consigas políticas que intentan implantar el pasado en nuestro presente y fijar el futuro. Creo que vivir sin leer no es vivir plenamente, es estar más expuesto a la manipulación, ser mera víctima de la historia y no ser dueño de la vida propia. 

              Anexo de última hora: Bob Dylan premio Nobel 2016


Muchos se han sentido escandalizados por la concesión del Nobel a Dylan, yo no; es más: me alegro. Primero, porque Dylan es un poeta además de un cantante y músico y que le den el premio a un poeta me parece estupendo, porque la poesía es la madre de la prosa, su maestra. Los mejores prosistas (que no los mejores narradores) son poetas porque la poesía es el arte de la concisión, la economía y el atajo fulgurante, del hallazgo semántico feliz, lo contrario de la redundancia y la verborrea. No estoy hablando de esa prosa supuestamente poética que me enerva, sino del buen dominio del idioma que se obtiene leyéndola. Yo recomendaría a los novelistas españoles jóvenes que leyeran a Juan Ramón, a Machado, a Lorca y a Cernuda, antes que a Galdós a Benet o a cualquier otro narrador. No deja de ser una paradoja que Bob Dylan tomara su nombre de guerra de un magnífico poeta galés, Dylan Thomas, al que admiraba profundamente y que jamás recibió el Nobel antes de morir tempranamente de neumonía, así que aquí hay una suerte de justicia poética en que se lo concedan a su homónimo estadounidense. En segundo lugar, porque dignifica la canción popular que no va de las tonterías de chico que ama a chica. En tercer lugar, porque las canciones de Dylan forman parte de mi educación sentimental y además es el mejor representante de esa década prodigiosa que fueron los 60 del pasado siglo. En cuarto lugar, porque a los que van de severos popes de la alta cultura les ha sentado fatal y en cambio Dylan es un autor que anula precisamente esas diferencias entre alta cultura y cultura popular. Finalmente, porque hay muchos ejemplos en el pasado de premiados que se lo merecían mucho menos que él (mírese el penoso caso de Echegaray, por no ir lejos de España)

5 comentarios:

  1. Ahora, el problema es que a veces hacen que lo bello parezca aburrido. Creo que era Ana María Matute quien decía, siendo pequeña, la obligaban en el colegio a leer el Quijote. Y no lo decía por criticar la obra de Cervantes, sino porque opinaba, y probablemente llevaba razón, que aspiraban a anquilosar a Cervantes como una figura desprovista de su gracejo, chispa y vitalidad. Algunos humanistas pueden ser peores que los políticos sin darse cuenta...

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  2. Podría introducir algunos matices puntuales, pero en general comparto los argumentos con los que sostienes que el Nobel a Dylan es merecido.

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    1. No dudo que un 'dilanólogo' como tú tenga un montón de matices que añadir. Yo añado uno al post: la primera poesía fue cantada, por algo lírica viene de lira.

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  3. me parece fatal que critiquemos tanto a un premio nobel español. no voy a entrar a discutir si es mejor o peor, no lo he leído, pero creo que a estas alturas, llamar penoso a Echegaray...como mínimo es irse de la mano...

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