viernes, 20 de enero de 2017

Los cuentos de hadas son para niños, pero no sólo



El golf por ejemplo es la forma discretamente vergonzante que tienen los adultos de seguir jugando a las canicas, el ‘gua' del argot madrileño en mi infancia. Muy a menudo la forma de estupida suficiencia de los adultos les condena a prescindir como infantiles de poderosos instrumentos; el juego es uno de ellos; otro más concreto son los cuentos de hadas. Al igual que la Biblia no es una lectura edificante, en el sentido pacato y convencional del término, sino interesante, los cuentos de hadas son terribles, crueles e ilustrativos. Entiendo por cuentos de hadas cuentos maravillosos, los fairly tales, los marchen alemanes, donde no abundan los hadas, como veremos, pero hay animales parlantes, madrastras malvadas, jóvenes arriesgadas y en general relatos inicialmente orales de muy diversos orígenes geográficos pero que significativamente presentan historias muy similares que han dado lugar a diversas teorizaciones, desde las de Mircea Eliade a las famosas de Bruno Bettelheim. Paradójicamente, ya que en tiempos recientes dejaron de ser el entretenimiento en forma de relatos orales de las gentes de todas las edades al amor de la lumbre para convertirse en ñoñas lecturas edificantes para niños, muchos de sus recopiladores como los alemanes hermanos Grimm o los noruegos Andersen, los expurgaron de todos los elementos sediciosos, sexuales y en definitiva atractivos. Eliminar el lenguaje grueso era un proceder normal en el siglo XIX para convertir en entretenimiento aceptable a los burgueses urbanos este ocio literario tradicional de los pobres rústicos, en particular de sus retoños de esta clase social ascendente. Así comenzaron a desvirtual el cuento popular y los mensajes enterrados en los mismos. La llegada de la peste de Walt Disney remató la faena. Pero ya otros antes, con tanto elfo y tanta hadita había contribuido a lo mismo.

Por eso es tan importante la recopilación de Ángela Carter que comentaré aquí, que recupera esa esencia oral y universal en el sentido de para todas las edades. Los cuentos proponen “modelos de comportamiento humano” (Mircea Eliade) que dotan de “sentido y validez” a la vida. Se asemejan superficialmente al mito ya que ambos prestan atención primordial al rito de iniciación o de pasaje, las famosas pruebas que debe superar el protagonista, en el que un yo muere y renace en un plano superior de existencia. Están cargados de sentido de la vida. Pero el cuento deja claro que se dirige a cualquier persona normal y que su héroe es un mortal cualquiera, tanto al principio como al final de la historia, una vez superadas todas las pruebas, después de haberse autorrealizado. El mito no es apto para formar la personalidad del niño, el héroe es a menudo inmortal, lejano y ajeno, revestido de cualidades sobrenaturales y además, los dioses se inmiscuyen de continuo en sus peripecias y dirigen la trama con sus intromisiones. No proporcionan una guía, como sí los cuentos, son pesimistas a menudo. Los cuentos proporcionan una guía para integrar la personalidad que incluye la satisfacción incluso de impulsos inconfesables y la victoria de ese yo freudiano; le garantizan un final feliz, no proyectan como en el mito una personalidad perfecta e inalcanzable. Hace poco me enteré de que la medicina tradicional hindú lleva siglos utilizando el poder curativo de los cuentos maravillosos en casos de desintegración de la personalidad, pues es una práctica habitual entregar al paciente de cualquier edad una historia para que reflexione sobre el mal que le provoca el trastorno.

Luego vino una época que aún vivimos de decadencia y hasta desprestigio del cuento de hadas. Su crueldad evidente, sus imágenes sangrientas, escatológicas, de estereotipos poco edificantes y nocivos fueron considerados inadecuados para los niños. Como la lectura de la Biblia para los creyentes católicos.

Lo cierto es que los niños son crueles, entre otras cosas, como generosos y buenos; son destructivos, como se puede constatar en el destino de los regalos después de Reyes o un cumpleaños, agresivos, y por tanto no se les ofrece un espejo en el que reconocer sus propias pulsiones inamisibles, se sienten solos, sacan la conclusión de que nadie comparte con ellos su ‘maldad’, sus vuelos inconfesables de imaginación, carecen de guía, atados a la televisión o los videojuegos. Sin hoja de ruta para vencer sus miedos, para admitirse a sí mismos, para progresar hacia finales felices. Todo eso se lo proporcionaban los cuentos. También me gustan mucho las fórmulas retóricas de cuento de viejas comadres, el "Había una vez", del cuento en inglés y en francés, o la variante española de "Érase una vez", incluso recalcando su falta de veracidad: "Había y no lo había", o la variante armenia, precisa y misteriosa: "Hubo un tiempo y un no tiempo...". Cuando oímos una de estas fórmulas sabemos de antemano que lo que vamos a oir no tiene pretensiones de verosimilitud, que la Madre Ganso puede contar mentiras, pero, paradójicamente, no te va a engañar. Todos los cuentos armenios acaban de la misma manera, podemos extraer ese final retórico precioso: "Del cielo cayeron tres manzanas: una para mí, otra para el narrador y otra para la persona que os ha entretenido".

Hacia la mitad del siglo XIX, la mayoría de los europeos eran analfabetos y además muy pobres. En fechas tan próximas como 1931, el veinte por ciento de los italianos adultos no sabían leer ni escribir, y el el sur la cifra era del cuarenta por ciento; en España no disponemos de datos pero era probablemente mayor. Hoy en día, en regiones como América del Sur y Central, África y Asia muchos de sus pobladores siguen en la pobreza y el analfabetismo y muchas culturas ilustres siguen sin documentos escritos o, como el somalí, se ha empezado a plasmar por escrito relatos propios hace muy poco, pero la gloria de literatura somalí no es menor por el hecho de haber existido sólo en los labios y en la memoria de sus hablantes.

La inglesa Ángela Carter, nacida en Inglaterra en 1940 y muerta prematuramente en 1992 a los 51 años, fue periodista y graduada en literatura inglesa, autora de varias novelas de éxito como La juguetería mágica (1967) o Noche en el circo (1984) y volúmenes de relatos como La cámara sangrienta (1979) o En compañía de lobos (1984). Bajo el título de Cuentos de hadas de Ángela Carter, recopilados en dos volúmenes entre 1990 y 1992, se dedicó a buscar relatos orales en todos los continentes que ofreció sin apenas alteración desde su oralidad. La versión en castellano que ahora se ofrece los contiene íntegros en un solo volumen bien traducido y con introducciones muy sabrosas de la propia autora y de la traductora.

Al revés que la admonición habitual, sean niños y no se los pierdan.

3 comentarios:

  1. Hace ya varios años, una compañera del instituto me dejó un libro de cuentos japoneses (varios de los cuales me son familiares por el manganime) y recuerdo bien el comentario de la editora en el prólogo: que no debería sorprendernos que aparezca tantas veces la venganza. No se equivocó: muchos cuentos japoneses siguen la estructura de que un animalito le hace una putada a alguien, animalito o humano, y de pronto surge otro animalito, un Charles Bronson no bigotudo, sino peludo, que asesora al ofendido (o sus familiares si ha muerto) para cumplir la VENGANZA.

    Y sí, es así. Los cuentos son crueles y los niños también. Esa idealización del niño y lo que se le supone corresponde a épocas recientes, de urbanitas (lo que algunos llamarían "civilizados", yo no) muy alejados de las matanzas de gorrinos, por ejemplo. Hay por ahí un tebeo llamado Fábulas que, si bien no puede dejar de mostrar influencia de las censuras posteriores y del propio Disney, es una versión posmoderna en el buen sentido de la palabra y hace especial hincapié en la crueldad de esas historias, aunque sin dejar de confesar que sus protagonistas, como el Lobo Feroz, Blancanieves y otros, hicieron lo que hicieron muchas veces para sobrevivir.

    De hecho, si a los chavales les gustan los videojuegos y los dibujos animados es porque ahí se refleja muchas veces la crueldad. mi padre se solía burlar de quienes protestaban de la violencia de los videojuegos, alegando que los tebeos y las series de animación al estilo de la Warner también hacían de las desdichas ajenas una fuente de diversión. Un conocido de Twitter lamentó la detención de aquellos titiriteros, diciendo que ese tipo de espectáculos siempre había incluido crueldad cómica, dijeran lo que dijeran algunos meapilas. Hace muchos años, en una sección de cartas al periódico, cuando alguien se quejó de Los Simpson, una lectora respondió que pocos personajes eran más humanos que Homer Simpson y sus problemas de alcoholismo.

    Por último, me alegro de que, siendo niño, mis profesores narraran fábulas e historias. Esa pérdida de la oralidad es la causa de tantísimo pedante que se cree moderno por llenar un texto de términos extranjeros, todavía legible pero ni mucho menos pronunciable sin tener que poner acento cada dos pausas para respirar.

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    1. La pérdida de la importancia de lo oral quizás sea un efecto inevitable de la cultura escrita, como ya señaló Sócrates según Platón. Nos quedan las charlas de bar, pero son monotemáticas con el fútbol

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  2. De siempre me han interesado los mal llamados "cuentos de hadas" y he leído varios estudios sobre los mismos. Por supuesto los dos que citas, el de Bettelheim y también el de Mircea Eliada que, si no recuerdo mal, trata del asunto en su libro "Mito y Realidad". Veré de conseguirme esta recopilación de Angela Carter, a quien no conocía.

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